jueves, 20 de octubre de 2011

La pesada carga de Sancho

En la misma línea que Lacan con su famosa conferencia "La significación del falo", nos hemos ocupado hace poco de "La importancia del culo".
En esta oportunidad ahondaremos en la literatura escatológica de la mano de un grande. ¡Que digo!, ¡¡¡de un grande entre los grandes!!!: Señoras y Señores, con Uds. ... ¡¡¡Miguel de Cervantes!!!:

[Don Quijote y Sancho se habían internado en las Sierras. Llegan a un bosque espeso cuando los agarra la noche. Era noche de luna nueva, por lo que quedaron totalmente a oscuras. Se desató un viento enérgico que zarandeaba las copas de los árboles y que con sus silbidos sembró el temor en el corazón del escudero. De pronto escucharon un estruendo que les heló la sangre; y a poco "oyeron que daban unos golpes a compás, con un cierto crujir de hierros y cadenas". Don Quijote quiere ir a ver de qué se trata, pero Sancho, muerto de pavor, ató los pies de Rocinante sin que su amo se diese cuenta. Al ver que su jamelgo no avanzaba Don Quijote decidió quedarse en ese sitio a esperar el alba]

"En esto, parece ser o que el frío de la mañana que ya venía o que Sancho hubiese cenado algunas cosas lenitivas [laxantes], o que fuese cosa natural -que es lo que más se debe creer-, a él le vino en voluntad y deseo de hacer lo que otro no pudiera hacer por él; mas era tanto el miedo que había entrado en su corazón, que no osaba apartarse un negro de uña de su amo. Pues pensar de no hacer lo que tenía gana tampoco era posible; y, así, lo que hizo, por bien de paz, fue soltar la mano derecha, que tenía asida al arzón trasero, con la cual bonitamente y sin rumor alguno se soltó la lazada corrediza con que los calzones se sostenían sin ayuda de otra alguna, y, en quitándosela, dieron luego abajo y se le quedaron como grillos [grilletes]; tras esto, alzó la camisa lo mejor que pudo y echó al aire entrambas posaderas, que no eran muy pequeñas. Hecho esto, que él pensó que era lo más que tenía que hacer para salir de aquel terrible aprieto y angustia, le sobrevino otra mayor, que fue que le pareció que no podía mudarse sin hacer estrépito y ruido, y comenzó a apretar los dientes y a enconger los hombros, recogiendo en sí el aliento todo cuanto podía; pero, con todas esas diligencias, fue tan desdichado que al cabo al cabo vino a hacer un poco de ruido, bien diferente de aquél que a él le ponía tanto miedo. Oyólo Don Quijote y dijo:
-¿Qué rumor es ése, Sancho?
-No sé, señor -respondió él-. Alguna cosa nueva debe ser, que las aventuras y desventuras nunca comienzan por poco.
Tornó otra vez a probar ventura, y sucediole tan bien, que sin más ruido ni alboroto que el pasado se halló libre de la carga que tanta pesadumbre le había dado. Mas como don Quijote tenía el sentido del olfato tan vivo como el de los oídos y Sancho estaba tan junto y cosido con él, que casi por línea recta subían los vapores hacia arriba, no se pudo excusar de que algunos no llegasen a sus narices; y apenas hubieron llegado, cuando él fue al socorro, apretándolas entre los dedos, y con tono algo gangoso dijo:
-Paréceme, Sancho, que tienes mucho miedo.
-Sí tengo -respondió Sancho-, mas ¿en qué lo echa de ver vuestra merced ahora más que nunca?
-En que ahora más que nunca hueles, y no a ámbar -respondió don Quijote".

[del capítulo XX de la Primera Parte de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha]

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