miércoles, 28 de noviembre de 2012

Los precursores olvidados


Hace poco Barriga Negra me prestó un librito muy divertido que acaba de aparecer en las librerías de Buenos Aires; se titula Del Panteón a Buenos Aires y reúne más de una decena de columnas, notas, comentarios y otros opúsculos del genial René Goscinny, querido y mundialmente famoso creador de Asterix y Lucky Lucke, entre muchos otros personajes de historieta.


Editado por Libros del Zorzal aquí en Buenos Aires, la obra nos lleva a disfrutar del descollante sentido del humor de Goscinny en formato de prosa.
A modo de perla y homenaje transcribiré para Uds. algunos párrafos de uno esos artículos, intitulado "Los precursores olvidados":

     Comemos una cereza y eso nos parece lo más natural del mundo.
     ¡Y sin embargo...!
     Y sin embargo, fue necesario que un día uno de nuestros ancestros se decidiera a probar esa pequeña fruta roja que nadie antes había mordisqueado. Esto sucedió seguramente en la prehistoria: en efecto, ningún manual, ningún experto, dice quién fue el primero en animarse a comer una cereza. [...]
     Eso es lo injusto: el manto de olvido que cubre a los precursores de la gastronomía. Se festeja a los pioneros del cine, de la aviación o el teléfono; pero no hay más que indiferencia para los exploradores de la alimentación. Y sin embargo, vamos sólo una vez por semana al cine, tomamos un avión dos veces al año (siempre y cuando algunos sectores del personal no estén en huelga) y, en cuanto al teléfono, no me hagan reír  En cambio, comemos dos o tres veces por día, todos los días. ¿Entonces?
     Entonces, hay que hacer justicia al coraje de Glonk, hombre de las cavernas que formuló en su pequeño cráneo puntiagudo la siguiente proposición:
     "En árbol, pequeña fruta. Pequeña fruta, roja, bonita. Capaz buena para comer también. Yo, probar".
Glonk la probó, y esto tuvo su mérito, puesto que tan sólo el día anterior, su colega Gazunk había intentado averiguar si la cicuta mejoraba el gusto de la ensalada.
     Sin Glonk, sin su espíritu de aventura. sin su temeridad loca, la torta de cerezas nunca hubiera sido lo que es hoy  día. Piénsenlo, niños.
     Y ocurre lo mismo con todo lo que comemos, con todo lo que bebemos.
     [...]
     [Hablemos] de los hongos. ¡Ah, los hongos...! Fue necesario que alguien corriera menudo riesgo para que nosotros pudiéramos confeccionar esas coloridas láminas; tan útiles , de nuestros diccionarios. El primer tipántropo que tuvo la descabellada idea de morder un hongo debió dar con uno bueno; de otro modo, me juego entero a que hoy comeríamos tantos hongos como trapos de piso al vino blanco. Envalentonado por el feliz ensayo, el tipántropo se dijo: "Si hongo marrón, muy bueno, el bonito de allá, rojo con puntos blancos, ¡aún mejor!".
     Después de lo cual, la familia del desdichado héroe pensó; "Hongo marrón, bueno. Hongo rojo con puntos blancos, desconfiar".
     Y la noche terminó alegremente, con todos los invitados revolcándose de risa por el suelo y mirando a un piafasaurio devorar al primo micólogo.

Y esto fue sólo un botón de muestra. ¡No se lo pierdan!.


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