Aquel violento episodio —si se quiere, protagonizado por figuras menores— parecía condenado a pasar al olvido. Pero sucedió justamente lo contrario. Amédée-Jules Dalou esculpió a Víctor tal como lo vio la tarde en que su cuerpo apareció en las calles de París: tendido boca arriba y con su pene, de respetables proporciones, erecto debajo del pantalón.
Sus deudos instalaron la escultura del periodista al lado de su tumba. Y, como no podía ser de otra manera, su prominente erección no pasó inadvertida. Sobre todo porque enseguida corrió la creencia según la cual aquellas mujeres que se animan a besar, frotar o incluso rozar el pene metálico atraerán la fertilidad.
La veracidad de estos relatos, que llegan a alegar la celebración de complejos rituales de apareamiento, se ha comprobado de dos maneras. Permaneciendo lo suficiente cerca de la estatua, donde las muchedumbres hacen cola para tocar o contemplar la abultada (¿o realista?) excrecencia anatómica, u observando con cuidado el lustre del bronce sobre la representación del miembro de Noir. El área en relieve, tanto el bulto, la nariz y la punta de sus botas, presenta un tono reluciente, propio del metal pulido por la erosión.
Fuente: Yahoo noticias
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