martes, 18 de agosto de 2009

Mujeres que matan

"La ley del campo"

Por Rolando Hanglin


Los ciudadanos comunes leemos las noticias policiales (y las otras) en el diario, ya que jamás presenciamos un asesinato, un tiroteo... ni siquiera un mísero incendio. Por eso nuestro conocimiento de las cosas es tan defectuoso. Incorporamos los errores y prejuicios del cronista como si fueran verdades consagradas. Algo de esto puede suceder en los casos que vamos a narrar. 

El martes 11 de este mes falleció "Chiquito", el único perro preso de la Argentina. En esta historia seguiremos escrupulosamente el relato del cronista José E. Bordón, en lanacion.com del 12 de agosto, que conservamos en nuestro archivo. El animal (callejero, sin raza definida) había mordido a un transeúnte en la ciudad de Santa Fe, el 6 de enero de 2003. La víctima denunció al perro ante el Juzgado Correccional de la Sexta Nominación, donde su señoría, el doctor José Luis Giavedonni, instruyó una causa por "lesiones leves culposas". El magistrado ordenó la detención del perro sin dueño y su traslado al destacamento de La Orilla, en Esperanza, donde permaneció recluido, hasta su muerte por causas naturales, el día 10 de agosto de 2009. 

El ciudadano lee esta información y cae en estado de estupor, ya que ha leído mil veces que todo sujeto, para ser imputado de algo (luego procesado y eventualmente sentenciado) debe "comprender la criminalidad del acto en el momento de efectuarlo". De lo contrario, es inimputable. Y, de hecho, muchos asesinos y violadores resultan inimputables para los peritos y magistrados, de modo que salen en libertad y vuelven a cometer sus tristes hazañas. "Chiquito" no tuvo esa suerte. Aunque juraríamos que no comprendía la criminalidad de su tarascón. A pesar de todo, la condena terminó siendo un beneficio, ya que los policías de La Orilla lo alimentaban bien y le brindaban todo su cariño. Incluso, cuando pasaba cerca una perra alzada, "Chiquito" salía a perseguirla contando con la vista gorda de sus centinelas, así como algunas personas presas de hoy "salen a trabajar". 

En el campo argentino, donde están muy familiarizados con la vida y la muerte de los animales, rige otra ley. Si un perro sale bueno, se lo alimenta. Si ataca a gente de las casas o devora lechones y corderitos recién paridos, el chacarero no duda: un balazo en el cráneo y a otra cosa. Esta ejecución sumaria podría denominarse "la ley del campo". 


Hojeando los diarios encontramos esta otra noticia: "Absuelven a una mujer que mató a su pareja". Seguiremos letra por letra el racconto de LA NACION (edición impresa, sábado 15 de agosto de 2009, ejemplar que conservamos). La ciudadana Cristina Garcete fue absuelta por la Sala III de la Cámara de Casación Penal bonaerense, estableciéndose que el homicidio de Leonardo Cruz, ocurrido en febrero de 2003, había constituido un acto de legítima defensa. 

Uno de los jueces (doctor Franco Fiumara, en el fallo de primera instancia) destacó que la mujer había efectuado denuncias por golpes y abusos sexuales, de lo que se deduce que procedía en legítima defensa, la cual (según teníamos entendido) debe ser proporcional a la amenaza, precepto que se aplica despiadadamente -por ejemplo- al vecino que mata a un ladrón de madrugada, cuando el intruso se encontraba sin armas a la vista. Claro que -volviendo a la Sra. Garcete- hacer una denuncia no es lo mismo que probar un crimen: de sobra lo saben tantos inocentes ciudadanos, cansados de denunciar cosas. 

Luego dice la crónica: "Garcete y Cruz tenían dos hijos, uno de los cuales padece una disminución de su capacidad física"... lo cual en nada afecta la causa, que se refiere al asesinato del padre de este niño. "El día del hecho, Cruz llegó a la casa y obligó a Garcete a practicar (le) sexo oral delante de sus hijos. Por primera vez, ella se resistió". Otra vez el lector cae en estupor: ¿cómo la obligó, con un revólver en la cabeza? Si se resistió "por primera vez", ¿todas las veces anteriores, los dos cónyuges practicaban esta actuación de común acuerdo? Si antes no hubo resistencia, ¿por qué la hubo esta primera vez, y en qué cambia las cosas el hecho de que uno de los hijos padeciera una disminución física? 

El caso es que la mujer roció el cuerpo del hombre con alcohol y le arrimó un fósforo encendido. Cuando vio que el hombre se quemaba vivo, se arrepintió, lo tapó con unas toallas, le dio agua y lo llevó al hospital. Pero Cruz murió tras una agonía de cinco días. 

Ahora bien: si uno ve que se le acerca una persona con cara de pocos amigos, portando un bidón de alcohol de quemar y una caja de fósforos, se ataja o huye. Para que Cruz se haya dejado rociar por entero, se requería de su parte una actitud pasiva y desprevenida: estaba dormido, borracho o amodorrado tras el acto sexual. 

El lector de diarios no ve por ninguna parte la legítima defensa, ya que Cruz no amenazaba la vida ni la integridad de la señora, sino más bien al revés, como terminó verificándose. 

En fin: seguramente son errores de la crónica roja. 

El abogado de Adrogué don Ricardo Fariña, de 62 años, tuvo aún menos suerte. Su cuerpo apareció despedazado, cocinado, frizado y desodorizado con ácido muriático en su propia casa. La cabeza y las manos, embolsadas en un changuito de compras. Las piernas, los pies y el torso, en otro receptáculo. Los trozos más carnosos de los muslos, en la heladera. Asados y parcialmente comidos. En esta historia seguiremos línea por línea el informe de Noticias, publicado el 15 de agosto de 2009, ejemplar que también retenemos en nuestro archivo. 

Resulta imputada la ciudadana Sandra Reyes, quien -informa la crónica roja - estaba "harta de los juegos sexuales" de Fariña, aunque el cuerpo de la nota no confirma este hartazgo, sólo anunciado en la volanta del título. La propia crónica nos dice que el doctor Fariña tenía cinco o más amigas con las que grababa videos (sobre todo de sexo oral) que luego mostraba "entre amigos". Obsérvese bien que -según esta minuta- el hombre se regodeaba con los videos entre amigos (con "o") siendo que los había grabado con amigas (con "a") y seguramente estas participarían también de la audiencia, como habían intervenido en el rodaje. Porque es de suponer que todas estas compañeras jugaban el juego de motu propio: es difícil que a uno lo filmen en semejante trance sin darse cuenta, o sin querer. ¿De dónde sale entonces el dato de que Sandra "estaba harta"? Alguien lo intercaló en la crónica o en el parte policial: Sandra, una maestra de 41 años con tres hijos, agregó que el abogado la amenazaba con recurrir -para sus filmaciones- a la hija de la mujer, una chica de 15 años. ¿La pretendería llevar a punta de pistola al improvisado set-dormitorio, dando comienzo así a un rodaje tormentoso, más propio de Hitchcock que de Bigas Luna? Esta fue la gota que rebalsó el vaso: así arrinconada, la docente no tuvo más remedio que asesinarlo, descuartizarlo, frizarlo y comerle algunas partes. 

Los lectores perdonarán estos detalles truculentos, pero hacen al fondo de la cuestión, y además están en los diarios de estos días de agosto. Los relatos no cierran por ningún lado y nos parece estar en un mundo por debajo del tercero. Tal vez, el cuarto. En efecto: por un lado aparece mucha gente que vive una vida sexual sin fronteras, totalmente alejada de las costumbres de papá y mamá. Por el otro, en estos cuadros (sobre todo cuando se transmutan en la tiendita del horror) siempre hay un hombre que induce, obliga, amenaza, golpea, filma y goza. Siempre hay una mujer que accede estoicamente, porque no tiene más remedio, hasta que al final reacciona "harta" después de dos o diez años (como si hubiera estado presa del Monstruo de Baviera) y lo quema vivo, o le administra una muerte lenta. En estos grupos de sexo heterodoxo sólo gozan los hombres, sólo ellos comparten alegremente los videos. Las mujeres han de permanecer seguramente en la cocina, rumiando sus ultrajes, picando cebolla y cuidando a sus hijos discapacitados. No es la imagen que se desprende de otros videos, notorios y mediáticos, donde otras mujeres jóvenes y bellas se mostraron en toda su espléndida libertad, para que las viera todo el universo. ¡Hasta nosotros! Nosotros con "o" y nosotros con "a". 

Tenemos la sensación de que a los varones -sobre todo si hay sexo irregular de por medio- se les está aplicando la "ley del campo". Como si sus vidas sexuales, compartidas por amigas o cónyuges, merecieran la ejecución a hierro y fuego. Subyace un pensamiento medieval: sexo igual a pecado igual a tortura igual a muerte. 

En Las Brujas de Zugarramurdi, el historiador español Julio Caro Baroja relata la caza de brujas en el País Vasco y otras regiones europeas, durante el siglo XV. Se perseguía especialmente a las viejas de las aldeas. Para demostrar su condición de brujas, causantes de una sequía, un aborto, la triste muerte de un ternero o la impotencia de un vecino, se les buscaba un pezón supernumerario. Es decir, la vieja era desnudada sin muchos miramientos, y se le revisaba el cuerpo en procura de una verruga, granito o mancha con relieve: cualquier cosa servía como pezón. Este tenía el fin de amamantar al "familiar", que era un diablo que convivía con la hechicera en su miserable casucha; por lo general bajo la forma de gato o pájaro domesticado. Dado que la pobre vieja tenía la costumbre de hablar sola (como todas) se la declaraba culpable de echar maldiciones. De inmediato se la quemaba viva (junto con el gato) y se expropiaba su casa. Otros cazadores de brujas eran más racionales: la arrojaban al río. Si la vieja se ahogaba, esto demostraba su culpa. Si flotaba, esto probaba su magia, y entonces sí, ya sin escrúpulos, la destinaban a la hoguera. Son delicias de la humanidad vieja que a veces reaparecen. 

Sólo que, ahora, el diablo es el varón. Sólo él va a la hoguera. Los demás detalles (incluyendo las expropiaciones) permanecen iguales.

Fuente: La Nación

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